viernes, 13 de mayo de 2011

13 de mayo de 1898

Carta sobre el bombardeo de San Juan

Por el Padre Lorenzo Roura, Subdirector de las Hijas de la Caridad de Puerto Rico

Tomada del artículo "Carta sobre la invasión" del semanario católico El Visitante. 3-octubre-1998. p. S2-S3

San Juan de Puerto Rico, 13 de mayo de 1898

Sr. D. Eladio Arnaiz, Presbítero.
Madrid

La gracia de Nuestro Señor sea siempre con nosotros.

Mi respetable y queridísimo P. Arnaiz: Creo ser de mi deber como Subdirector de las Hijas de la Caridad de esta Isla, decir a V. el modo providencial, mejor diré milagroso, como San Vicente nos ha conservado ilesos del espantoso y horrible bombardeo de esta ciudad, llevado a cabo de la manera más inicua e ilegal en la madrugada de ayer por los habitantes del norte de este nuevo mundo, y rogarle si lo juzga oportuno haga pública esta protección del Cielo para gloria de Dios, tranquilidad de nuestras familias respectivas y edificación de tantas almas buenas y devotas de nuestro Santo Fundador.

En la mañana de ayer la escuadra de los Estados Unidos, compuesta de 12 barcos, en la obscuridad de la noche, con las luces apagadas y sigilosamente se colocó muy próxima a los muros del fuerte Castillo del Morro, con banderas españolas según unos y sin insignia alguna según otros, para no ser vistos de los centinelas ni detenidos por nuestra artillería. Ya antes, uno de sus mayores barcos y de 3 chimeneas había estado haciendo maniobras y como alardeando, aunque a mucha distancia, sin bandera y que al ser requerido de su nacionalidad, unas veces la ponía inglesa, otras francesa y otras desaparecía para luego reaparecer burlando la persecución de los nuestros con su mucho andar.

Al romper el día, el centinela observó movimientos sospechosos en los buques de la escuadra; el primer cañonazo, que fue de nuestra fortaleza (Nota 1), pasó casi desapercibido por la comunidad que estaba leyendo uno de los discursos de nuestro Santo Padre, pero unos segundos después y cuando los 12 barcos enemigos dispararon juntos multitud de proyectiles sobre la ciudad, todos y en tropel salimos de la capilla. Comprendí la difícil misión que había de cumplir: Tienen las Hijas de la Caridad cinco establecimientos con vistas al mar y tocando a las baterías sobre que el enemigo hacía fuego, a saber: la Casa Beneficencia que entre niños, niñas, ancianos, ancianas, locos y locas, empleados y hermanas cuenta con cerca de mil almas, el Hospital Militar también muy numeroso, Asilo Municipal con más de 300 acogidos ancianos de uno y otro sexo, el Colegio de San Idelfonso con más de 200 niñas y la casa Escuela de Párvulos, a todas ellas me arrastraba mi corazón pues en todas había para mí seres muy amados y que el Señor me confiara. El "pasce oves meas" resonó en mí corazón. Hice lo mejor que me fue posible, un acto de contricción y en alas de la caridad el sacrificio de mi vida y me fui primero al Hospital Militar, donde después de exhortar a las hermanas, reconciliar al P. Capellán, habiendo al mismo tiempo recibido a dos heridos y estando tomando una taza de café, tembló todo el edificio que parecía desmoronarse y venir abajo: una de las bombas derribó el techo de la capilla donde las hermanas se hallaban en oración y a pesar de haber quedado envueltas entre los escombros no recibieron lesión alguna.

N. E. 1: Según todos los informes, el primer cañonazo fue realizado por el Iowa. Este es el único relato, escrito por un español, en el que se indica que el primer cañonazo lo hicieran las tropas españolas. En su informe a la prensa, el presidente MacKinley acusa a los defensores de San Juan de haber hecho el primer disparo. Por supuesto, ni el sacerdote ni MacKinley eran testigos presenciales del inicio del bombardeo.

Desde el Hospital pasé a la Beneficencia por encima de los escombros de tres casas y por medio de un diluvio de metralla ¡qué espectáculo tan imponente!, P. Arnaiz. Todas las bombas parecía que caían en ella; la familia se metía en los subterráneos, las locas se empeñaban en querer ver lo que ellas llamaban alimeras que les hacía el Padre Celestial; con la excitación el uno decía, que era el mismo Dios que a todos convidaba; el otro, que Jesucristo venía a juzgarles; más tarde determinaron llevarlas al campo; en la calle, la una bailaba, otra insultaba a los transeuntes y la de más allá hacía gestos para mover a risa a los que veía pasar, no sabían donde ir ni hallaban quien las quisiera recibir; porque ¿quién ha de admitir a ochenta locas, furiosas las más, cuando se hacen los mayores sacrificios por deshacerse de uno y tal vez el más querido de la familia? ¡Pobres hermanas, cuánto tienen que padecer en estos días! Dejando todo lo demás en la Beneficencia sucedieron tres cosas portentosas dignas de llamar nuestra atención y de excitar nuestro agradecimiento a la mano providencial del Señor que nos defiende. La primera, es que a Sor Florencia, un proyectil le pasó rozando la cara sin que le hiciera el menor daño, siendo así que dejó hecho añicos cuanto encontró en rededor de la hermana. La segunda fue que una de las bombas que penetró en el departamento de locos destrozó un grueso hierro, derribó una de las paredes y llegó a entrar en la sacristía, y según la dirección hubiera hecho astillas el sagrario, profanando así la sagradas formas; pero no fue así, sino que se detuvo al tocar en la pared de la habitación de la casa del Señor. Esto mirado humanamente se explica diciendo que la fuerza que le impulsaba, cesó; más yo veo en todo esto la mano de Dios, invisible a nuestros ojos; pues en la sacristía, y a muy corta distancia en un paso, y con el sólo roce torció un cáliz. La tercera fue, que como en el mismo edificio se declarase el fuego, los mismos locos, que en su estado normal sólo sirvieran para fomentarlo, le apagaron. Como Sor Ana se encontraba en estado muy grave, la llevaron a Río Piedras, donde temo morirá en día no muy lejano. Con tantos sustos, congojas y trabajos, harto será que no enfermen algunas hermanas. Me propongo tratar a sanas y enfermas con particular esmero.

De la Beneficencia pasé al Asilo Municipal. Aquí el espectáculo era tierno y conmovedor; la protección de San Vicente ha sido marcadísima. Todos los acogidos de uno y otro sexo con las hermanas estaban en la capilla del establecimiento, llorando lo más, y gritando todos a cada disparo: ¡Señor, misericordia! Mientras esto sucedía, una bomba penetró, haciendo un horrible destrozo, en la habitación alta de las hermanas, donde no había ninguna de éstas, pues estaban orando con los asilados en la capilla. En la noche siguiente, y por el boquerón que dejó en la pared a su paso el proyectil se colaron tres ladronzuelos que no pudieron llevarse nada por haber sido oídos.

En Párvulos y San Ildefonso encontré rezando á las hermanas y niñas.

En el Asilo Mutuo que pareció ser el lugar más seguro de la ciudad, también se experimentó la misma especie de protección de nuestro Santo Padre. A los pies de Sor Lucía cayó uno de los trozos de una bomba que en el aire había reventado y que hubiera sido capaz de matar a cuantos encontrara en su trayecto, pero a Sor Lucía no la tocó ni siquiera en el vestido. Padres, hermanas y cuantos a unos y a otros les estaban confiados han salido ilesos en sus personas y en sus cosas. Vea usted, P. Arnaiz; qué grande es la providencia de San Vicente sobre nosotros!

Como ya estábamos de acuerdo con la autoridad militar para encargarnos de los hospitales de sangre que se preparan al efecto, fui a visitarles. Al presente estamos encargados de cuatro hospitales de sangre aunque hay muy pocos heridos.

Los muertos en el bombardeo fueron dos y los heridos 25, de estos ninguno de gravedad.

La Iglesia de San José recibió algunos golpazos pero no creo serán de la trascendencia que al principio se temió.

Ahora podría añadir a ésta, algunos rasgos edificantes de Padres, hermanas, y de la gente puertorriqueña, pero como me parece bastantemente demostrada la paternal asistencia de San Vicente hacia sus hijos e hijas que fue lo que me propuse, sólo añadiré este que el andaluz cree milagro de la Virgen María.

Se trata de un soldado levemente herido, natural de Granada, al despedirse de su madre, esta le dió una medallita y un escapulario, encargándole que siempre que pudiese rezase el Santo Rosario a la Virgen María. La noche del 11 al 12 estaba de centinela y eran tres los encargados de velar para que el de las tres chimeneas no desembarcara gente ni armas como se temía. A la madrugada se retiró y rezó el Santo Rosario. Reunidos luego los tres y a la primera descarga de los yankis, cayó en medio de ellos una granada que en el momento reventó, dejando muerto a uno, mal herido a otro y al granadino con multitud de aqujeros y jirones en sus vestidos, pero en su cuerpo sólo algunas contusiones defectos de la caída, y otras causas de él ignoradas; pues había quedado como muerto. Al volver en sí lo primero fue pensar en Dios a quien se encomendó, y luego en su madre. Ya está bueno casi del todo.

Basta por hoy, Sr. Director y muy querido P. Arnaiz, quiera Dios que ésta llene la satisfacción y alegría a su buen corazón. Aquí nos esperan muchas y grandes cruces. Ojalá seamos todos buenos cirineos.

Suyo en todo atento y seguro servidor que besa su mano,

Lorenzo Roura
Indigno Sacerdote de la Congregación de la Misión 

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